domingo, 19 de abril de 2009

Una Obsesión Indebida

    No se como empezar esta historia. Me siento incompetente para tamaña tarea, es decir, no creo que tenga las cualidades, ni mucho menos, el talento para poder hacerlo, pero haré mi mejor esfuerzo. En primer lugar, porque es una historia, que tal vez ya hayas escuchado, es un tanto conocida, o al menos lo es en aquel pueblo. Y en segundo lugar, porque no siempre es fácil relatar las experiencias ajenas, y en esta perspectiva, prefiero dejarlo por escrito. Sin embargo, no se me ocurre como iniciarla. Supongo que podría ser así:

Antonio Vidal, era un vendedor callejero, de esos que venden sus cosas en la calle a los autos que van pasando, pero como ustedes deben de estar imaginándose, en un pueblo como en el que acostumbraba a ir para vender su mercadería, no tenía mucho futuro. Sin embargo, este personaje solía venir día a día a dejar sus cosas con una cesta de mimbre, la cual, por lo vieja que se encontraba, casi ni vida le quedaba. El aspecto de él, era un poco desordenado, llegaba a dar la impresión de no estar limpio, y eso le alejaba a uno que otro posible consumidor, que por miedo a su imagen, preferían desaparecer. A pesar de todo, Toñito, como le decían las personas que creían conocerlo, no era una mala persona, por el contrario, poseía un carácter que lo ayudaba a superar todas y cada una de las contrariedades que la venta le trajera.

    Este hombre, soltero, y del cual nunca se supo mucho más de lo que se veía, solía venir a este pueblo, y fue así como se le conoció. La gente lo miraba cada día, sin la menor intención de incomodarlo o algo así. Solo sentían curiosidad por su persona, por sus ojos que miraban con tristeza, pero con resignación, por todo lo que él representaba para los transeúntes que habitaban este lugar. Como nunca hablaba, nadie podía decir que lo conociera realmente, excepto algunas personas que se decían amigos de él, pero nunca se le vio con más compañía que algún perro callejero. Se rumoreaba, desde hacía mucho tiempo que este extraña y singular persona tenía un pasado oscuro, del cual nadie podía hablar con exactitud. Sin embargo, una que otra idea se tenían, y eran las siguientes: "Toñito, es un pobre hombre que intento ganarle al Diablo una partida del juego, pero que perdió. Ahora debe esperar para pagar su deuda, aunque muchas personas dicen que ya la está pagando, al tener que venir a vender cada mañana a este pueblo" (Para los que no sepan, el lugar del que les hablo se llama: "Villa Alegre", lo que es una verdadera contradicción, pues nadie de ahí es alegre como lo era el día su fundación). Era una versión un poco alocada, que nadie creía.

    Una tarde Franco Zúñiga, un campesino que vivía en la esquina donde Toño solía vender sus cosas, se decidió a hablarle. No podía seguir pensando en ese individuo sin siquiera saber si en realidad se llamaba así o si su nombre no era más que la invención de alguien que había llegado hasta sus oídos. Le gritó, ¡Antonio! ¡Antonio! Desde su ventana, pero este no contesto. Se preocupó y bajó para salir a la calle a hablarle a la cara, pero cuando llegó a la puerta de la casa, de él, ni rastros quedaban, "Se habrá ido", pensó, "Al día siguiente le hablaré". Lamentablemente, no lo volvió a ver, ni al día siguiente, ni al subsiguiente, ni a la semana, le preocupaba que le hubiera pasado algo. En el pueblo se rumoreaba, nuevamente, que el Diablo lo había venido a buscar, pero no podía ser, eso era imposible.

A las dos semanas, y para callar las voces mal intencionadas de las señoras, apareció Toñito, con una camisa más vieja, remendada y gastada que la anterior. Cuando Franco lo vio, salió corriendo del lugar en donde estaba para ir a hablar con él, necesitaba preguntarle quien era, qué hacía cuando no venía a vender a acá y si estaba o no casado, en fin muchas preguntas. Pero cuando se acercó lo suficiente para hablarle, él se alejó y pretendió no escuchar a sus gritos, a lo que este lo siguió dando grandes zancadas hasta alcanzarlo. Le tocó el hombro, y se dio vuelta, su cara era parecida a la de un muerto, parecía como si tuviera miedo a que lo fueran a asaltar o algo así. Zúñiga intentó tranquilizarlo diciéndole que solo quería hablar y saber de él, que le intrigaba mucho su vida. Sus ojos eran de la máxima perplejidad, no podía entender porque alguien habría de querer hablar sobre él. El campesino le explico sus razones al vendedor, y este acepto acompañarlo a la "Plaza de Armas", donde podrían hablar y ver si así lo podía dejar tranquilo, ya que necesitaba seguir vendiendo.

El encuentro no duro más de una hora, era un hombre verdaderamente monótono, su vida giraba alrededor de las cosas que vendía, del camino de su casa al trabajo, y del trabajo a casa. Nada interesante. Esto desconcertó a Franco en un principio, pero luego de un tiempo se dio cuenta de que no podía ser verdad, de que algo de mentira había de haber en todo esto. Era imposible que un hombre que levantaba tales rumores tuviera una vida así. Debía de haberlo engañado, pero ¿Por qué lo habría hecho? ¿Qué habría tratado de ocultar? Era algo que tenía que averiguar, y lo haría. A la primera oportunidad que se le presentase, se ocultaría, y luego lo seguiría a su casa sigilosamente, para que no notara y en esa empresa lograría verificar si las cosas que había dicho eran ciertas o no.

Y así lo hizo, al pasar cinco días, (Para no levantar sospecha), salió de casa apenas el sol se puso y escondido en la entrada de la villa esperó un par de horas, hasta que Toño salió camino a su casa. Caminaba de una manera extraña, como si desconfiara de todo, hasta de sus propios pasos, a cada rato miraba hacía atrás, por suerte, para nuestro protagonista, este tenía una distancia apreciable que no le permitía verlo.

Caminaron durante horas. Franco estaba cansado, le dolían las piernas, pero este hombre continuaba y continuaba avanzando. Al menos, ya no miraba con la misma frecuencia que al principio. De pronto, llegaron a lo que parecía ser la casa del comerciante. Era una construcción antigua, de grandes piedras por paredes, con un techo que no parecía algo mejor que la paja, y, unas persianas y puertas cerradas de madera vieja, sin barniz y por tanto todas desgastadas por el tiempo. Nadie podía vivir en tales condiciones. Franco sintió una amargura que casi no le permitía respirar. Una vez que había analizado toda su casa logró comprender porque tenía esa mirada de tristeza cada vez que la gente lo veía.

Se acerco a la cerradura de la puerta para intentar mirar hacía adentro y ver que hacía, fue entonces cuando encontró lo que había estado buscando. Vio a Antonio hablando con la nada, teniendo una conversación con algún ser que era imposible de ver, al menos desde el cerrojo. Se movió hasta un biombo que estaba semiabierto y desde ahí logró divisar con quien hablaba. Era una mujer de edad mediana, con unos largos cabellos negros y una cara amigable, pero en sus ojos, estaba la misma demostración de tristeza que se solía ver en él.

A medida que iban hablando sus rostros se iban rejuveneciendo, como si los años volvieran uno a uno hacía atrás. Sus facciones, sus manos, todo en ellos iba adquiriendo lozanía. Daba la impresión de que a cada palabra pronunciada la edad se les quitaba de encima. Lo que más impactaba, era como las arrugas de sus caras se iban retirando, dando espacio a una piel tersa. Pero a la vez que todo esto sucedía, algo me incomodaba. A pesar de estar viviendo una situación que haría feliz a toda una nación, ellos se veían y escuchaban cada vez más tristes, con menos ganas y energía, como sí la vitalidad le fuera robada por el proceso externo que estaban viviendo.

A medida que esto sucedía, el espía escuchaba decir que ya no les quedaba mucho tiempo, que su situación se acabaría y todo habría de terminar pronto, pero que continuarían viviendo este infierno durante mucho tiempo más. "¿Qué podrá significar todo esto?" pensaba este, no tenía lógica. Decidió para si mismo que la única forma de averiguarlo era la de quedarse un rato más mirando y escuchando. Y así lo hizo. Logró divisar que no dejaban de mirar hacía la izquierda y descubrió que en ese lugar había un árbol.

Este árbol, que en la cultura japonesa conocen como "Sakura", se encontraba casi muerto, con muy pocas hojas y ninguna flor. Ahora que lo notaba, el ambiente se encontraba sobrecargado de las rosadas hojas de esta planta y hacían unas lindas ondas de color alrededor de las personas. Los cuerpos se comenzaron a levantar en el aire. Adentro había una verdadera tempestad de la cual ninguno de ambos podía salvarse, pero que aceptaban con resignación. Sus pies se fueron levantando del suelo, y sus ojos cerrando, ya no se veían palabras salir de sus labios, ni mucho menos podía oírse algún movimiento.

Tuvo que dejar de espiar. El espectáculo que había estado mirando era algo que sus ojos no querían creer. Se apartó, corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían a su pueblo, pero la distancia era larga, y el propio agotamiento de la ida lo dejo sin energías para poder seguir así. Yacía acostado en el suelo. Estaba realmente exhausto. Todo de sí tiritaba y sentía como las pulsaciones por todo el cuerpo iban enloqueciendo, sus ojos se nublaban y sus extremidades hormigueaban; era una sensación nunca antes sentida por él. Sus ojos se cerraron.

Franco Zúñiga se despertó al día siguiente, estaba en su cama. Se levantó para ir al trabajo. Todo parecía ser un sueño, nada más. Fue al trabajo, y sin darse cuenta estaba vendiendo en la calle con una canasta de mimbre, que por lo vieja que estaba, mucha vida, no le debía de quedar.


 

FIN

2 comentarios:

J dijo...

Fue hace mucho....

Lamento las faltas, tanto de ortografía, como de redacción...

No lo revisé, solo lo encontré y lo subí. Un tanto viejo, tal vez.

Un abrazo.

Guillermo dijo...

Te iba a hacer el mismo comentario. Es un cuento reciclado. Me gusta ahora tanto como me gustó cuando me lo mostraste por primera vez.

Sólo te hago la misma corrección conceptual que antes: Sakura no es el árbol sino la flor del Cerezo.

Saludos