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- ¿Aló? Hola.
- Hola, ¿cómo estás?
- Bien, y ¿tú?
- Bien, aquí en realidad. ¿En qué puedo ayudarte?
- Tengo un problema. Necesito saber si puedes ayudarme.
- Tú sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.
- "Necesito que, por favor, dejes de hablarme de eso. Estoy cansado, me hace mal hablar o escuchar de lo mismo. No te lo tomes a mal, pero necesito un descanso.".
- Comprendo.
- "Sé que esto puedo sonar extraño, pero a pesar de que creía haberlo superado, no lo he hecho. Y cada vez que me tocas el tema, es como si volviera a poner el dedo en la herida, como si la volvieras a abrir. Te pido que por favor no lo hagas más, me duele.".
- Lo siento.
- "No te preocupes. Sé que no es culpa tuya. Por el contrario, es culpa mía. Aún no sé olvidar el pasado y superarlo, a pesar de que me jacto de mi habilidad para sobresalir airoso de las diferentes pruebas que me pone la vida.".
- Lamento que te suceda esto. Sé que para ti no ha de ser fácil enfrentar la situación, pero considero que debieras hacerlo. Te haría bien. Aunque, ¿quién soy yo para juzgar si tu accionar está bien o no? Considero que hagas lo que hagas, te daré mi apoyo, a pesar de que no acompañe del todo tus movimientos.
- Gracias. Entiendo tus palabras y las acepto.
- De nada.
- Creo que es hora de que corte.
- Está bien. Nos vemos.
- Adiós. Gracias por escucharme.
- Adiós.
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