lunes, 22 de junio de 2009

Decisión

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He decidido que en mi vida pasada, fui un perro.

sábado, 6 de junio de 2009

The Fountain (pastiche)

Durante el pleno apogeo del poder del Gran Inquisidor español, las fuerzas armadas de la realeza y de la fuerza eclesiástica (al menos los que ya no eran fieles a la corona) se enfrentaban codo a codo, reduciendo a la nobleza centímetro a centímetro: solo quedaban unos cuantos reinos a disposición de la Reina. El pueblo se encontraba a disposición de la Iglesia: ¿qué mejor manera de dominar que el miedo al castigo eterno? Se entregaban uno a uno, y los que no, eran entregados por sus vecinos, amigos y familia para ser sacrificados. El sumo sacerdote había amenazado con la excomunión a los que ocultaran a los rebeldes. Las únicas esperanzas de la Reina se iban desvaneciendo día a día, dejándola reducida a sus más cercanos protectores. No bastaba ser muy inteligente para darse cuenta de que ya todo estaba perdido, a menos de que la leyenda del Génesis fuera real, y verdaderamente existiera un lugar donde habitara un árbol cuya savia entregara la vida eterna a quien la tomara. Sin embargo, ya hacía mucho tiempo desde que San Agustín hubiera propuesto la lectura alegórica de los escritos sagrados. Lo que implicaba, que ese árbol, podía no ser más que una invención de algún profeta para indicar la vida después de la vida, y no realmente un árbol cuyo contenido pudiera hacer imperecedera la vida terrenal… La niña se despertó con un sobresalto: el sueño que estaba teniendo la había llevado a vivir luchas que jamás había siquiera pensado. Su noche se había transformado en una especie de pesadilla que no le había permitido liberarse de esas imágenes que le mostraban una España medieval llena de miedos, inseguridades e inquietudes. Se dio cuenta del día que era y se apresuró a bajar las escaleras. Sus hermanos no podían ganarle y ya debía llevar más de media hora de desventaja con respecto a ellos, cuya característica madrugadora no habían podido cambiar jamás, ni siquiera ahora, que tenían cerca de veinticinco y veintidós años, en contraste con los cortos doce años de ella. Cuando llegó al jardín notó que no había nadie en todo el terreno. –Mejor, –pensó, –tengo todo el terreno virgen para mí sola. Todos los huevitos serán míos. Mis hermanos deberán quedarse con los restos. – Sin embargo, una vez que comenzó a buscarlos… Un anillo cruzaba el dedo del conquistador, tenía miedo de lo que significaría tal acción, pero estaba contento de haber sido él el escogido… Notó que no había ningún rastro de ellos en todo el patio. –Mis hermanos los habrán atrapados todos antes de que despertara. –Pero las cortinas de sus hermanos estaban cerradas, no había posibilidad de que hubieran salido antes que ella… La madre se sentía cansada. Por suerte quedaban pocas horas de luz y ya pronto iría a acostarse, pero antes debía terminar de atender a su marido. –¿Quieres algo para comer, querido? –Preguntó esperando una negativa por respuesta, mas él le pidió que le trajera algo, por alguna extraña razón sentía mucha hambre –Está bien, lo traeré en seguida. Caminó sin ganas, el cansancio le cerraba los ojos, pero debía hacer lo pedido. Y así lo hizo, apenas fue entregado el gran sándwich hecho, se desvistió y metió dentro de la cama. Se encontraba a punto de cerrar sus ojos cuando su marido le preguntó si podría traer otro más. Se levantó nuevamente, caminó a la cocina y volvió a traer un sándwich, el que fue devorado lentamente por su marido. Ahora sí, pudo cerrar los ojos y a los pocos minutos se encontraba en plena oscuridad, con la respiración de su marido como único obstáculo para poder dormir… El caballero cabalgaba a gran velocidad por grandes páramos, en busca de su objetivo. Tenía apuro, ya habían pasado cerca de cuatro meses desde que había aceptado tal misión, y hasta el día de hoy, ningún avance había sido logrado: estaba asustado de lo que podría estar sucediendo en España. Temía por la vida de su Reina…. La noche era tranquila, sus sueños divagaban entre los sucesos de su vida reciente y la fantasía: nada fuera de lo común… Al fin había encontrado la cuarta pirámide, sobre ella debiera estar escondido su objetivo. Ahora debía averiguar cómo entrar a tal estructura sin ser detectado por los diferentes pueblos aborígenes que ahí debían habitar y que no estarían dispuestos a entregar su tesoro con mucha amabilidad… La niña fue a la alcoba de sus padres, tal vez, ellos sabrían qué estaba sucediendo. Tal vez, todo esto era una broma para ella, ya que, desde hacía algunas semanas que habían dejado de llamarla con su diminutivo para empezar a llamarla por su nombre real. Abrió la puerta lentamente (una actitud completamente aristocrática, pues en el fondo, estaba seguro de que sus padres estarían despiertos) y se adentró en la oscuridad. La imagen que vio la dejó helada unos segundos: sus padres estaba completamente dormidos, ¡no se habían despertado para ir a esconder los huevitos como todos los años en Pascua de Resurrección! Se acercó más al lecho… El hermano abrió los ojos lentamente. El agotamiento de una noche de trabajo en el laboratorio lo habían dejado exhausto para todo el fin de semana y apenas había salido de su morada para poder comer algo e ir al baño. Al acostumbrarse a la oscuridad pudo notar que su hermano seguía durmiendo tan profundo como solía hacerlo normalmente. Volvió a apoyar su cabeza en la almohada para ver si lograba volver a conciliar el sueño una vez más. El colgante sobre su cabeza se movía lentamente debido a la pequeña brisa que entraba por la ventana medio abierta, dejándolo completamente hipnotizado. Sus ojos se fueron cerrando nuevamente, llevándolo a tener fantasías inimaginables… Se veía a sí mismo volando sobre otro yo que caminaba apaciblemente con su futura esposa. Hasta que, por acción de alguna fuerza oculta, sus manos se separaban y ambos seguían caminos diferentes: ella se iba a una ciudad antigua en ruinas y él se iba a una selva enmarañada de la que difícilmente podría volver a salir… El grito de su madre lo arrebató de sus ensoñaciones… Si bien había sido atacado por diferentes indígenas, ninguno había sido lo suficientemente feroz como para matarlo: todos habían sido reducidos por el poder de su espada. Y ahora, podía subir los escalones uno a uno, lentamente, saboreando su victoria y la idea de su próxima alianza con la Reina. En su cabeza viajaba cada una de las imágenes del momento en que toda esta aventura había comenzado. Los escalones ya casi terminaban cuando logró entrar en un gran hall vacío. Al fondo, podía verse una entrada de luz. –Ese debe ser la entrada al jardín. –pensó. –Sin embargo, me parece demasiado fácil esto. Debe haber alguna trampa en algún lugar. –Todo se veía oscuro. No tuvo más opción que seguir adelante con la aventura y ver qué se encontraba en el camino… La madre se despertó al sentir una presencia en la habitación. Al abrir los ojos con rapidez, notó que su hija se encontraba frente a su catre y notó lo que estaba sucediendo, ¡No nos despertamos a tiempo para esconder los huevitos! Sin embargo, su marido no respondió. Sin dejar de mirar la mirada inerte de su hija llamó suavemente a su marido por su nombre, mas este, una vez más, no respondió. Volvió a repetir la acción hasta que se aburrió del aparente juego de su marido y se volteó para moverlo con las manos. Al ver su rostro gritó… Ambos hermanos se despabilaron al sentir el grito de angustia de su madre… Curiosamente, no había ninguna trampa: pudo cruzar todo el pasillo sin tener que defenderse de ninguna ofensiva. Sin embargo, detrás de él, una sombra se movía lentamente, con pasos lentos y suaves, de manera que el Conquistador no había notado su presencia en todo el rato en que este lo seguía. Al cruzar el umbral se encontró con un jardín grande, lleno de plantas y flores, con un estanque al medio y al fondo, un gran árbol. –Ese debe ser el árbol cuya savia me dará la vida eterna. – Se acercó y con una navaja lo apuntaló hasta que un líquido blanco salió de él. Bebió con ansias, sintió como el brebaje le daba una vitalidad que no sentía hace meses. La sombra ya se había transformado en un ser humano que se había quedado en la puerta del jardín, escondido y mirando… La niña estaba frente a frente a sus padres, pero algo le llamaba la atención. La expresión de dolor de su padre y los ojos medio abierto no le gustaba. Su madre despertó a los pocos minutos… Los hermanos acudieron a la habitación de sus padres para encontrar a su hermana petrificada frente a la cama. Al notar la expresión de su padre, se acercó el segundo de la familia con apuro, miedo, angustia y nerviosismo a sentir la presión, pero nada sintió: había que aceptarlo, su padre estaba muerto… Un dolor comenzaba a crecer en el estomago del conquistador. Su corazón comenzaba a acelerarse y por cada orificio de su cuerpo salían raíces. – ¡Me estoy transformando en una planta! –pensó, mientras su corazón se aceleraba lentamente. Su brazo izquierdo comenzó a arder y sentía como si mil hormigas caminaran sobre su cuerpo. El dolor invadió cada centímetro de su cuerpo, dejándolo ciego. Para sí continuaba pensando en el momento en que la Reina lo había llamado: "¡Guillermo, Guillermo, tú serás mi Adán, mi Rey y yo seré tu Eva, tu Reina!". A los pocos minutos, su agonía cesó al agotársele la vida. Su cuerpo se transformó en una compañera del árbol… La niña solo quería volver a escuchar la voz de su padre. –Padre, padre mío, por favor despierta. ¡Guillermo, padre, háblame! Yo sé que estás ahí. –repetía incesantemente para sí misma… El silencio reinante en el jardín fue interrumpido con las carcajadas del hombre que se encontraba pisando lo que antes sería el Conquistador español conocido como Guillermo Alessandri.

sábado, 2 de mayo de 2009

Lo que he guardado

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Hasta que logre entender,
que no debo entenderlo.
Hasta que las palabras,
queden selladas en mi piel.
Hasta que mi imaginación,
vuele más allá de tu fantasía.

Hasta que mis manos,
se empalaguen de tanto moralizar.
Hasta que mi voz,
pierda su clamor.
Hasta que mis ojos,
se cansen de escribir.
Hasta que mis oídos,
se hastíen de cantar.
Hasta que mi olfato,
me pida a gritos que me detenga.

Hasta que la noche se detenga,
y llene el día de su oscuridad.
Hasta que el día termine,
y la noche nos cubra en su inmensidad.
Hasta que el mar,
se salga de sus cabales y la tierra se entregue.
Hasta que la tierra ceda,
y no haya más que un tinte azul.

Hasta que el tiempo se detenga,
y todo se confine.
Hasta que mi sueño termine,
y de la misma forma lo haga mi vida.
Hasta que las coincidencias no existan,
y se comprenda lo inevitable.

Hasta que eso suceda,
en mi seguirá constando todo aquello,
que he guardado.

domingo, 19 de abril de 2009

Una Obsesión Indebida

    No se como empezar esta historia. Me siento incompetente para tamaña tarea, es decir, no creo que tenga las cualidades, ni mucho menos, el talento para poder hacerlo, pero haré mi mejor esfuerzo. En primer lugar, porque es una historia, que tal vez ya hayas escuchado, es un tanto conocida, o al menos lo es en aquel pueblo. Y en segundo lugar, porque no siempre es fácil relatar las experiencias ajenas, y en esta perspectiva, prefiero dejarlo por escrito. Sin embargo, no se me ocurre como iniciarla. Supongo que podría ser así:

Antonio Vidal, era un vendedor callejero, de esos que venden sus cosas en la calle a los autos que van pasando, pero como ustedes deben de estar imaginándose, en un pueblo como en el que acostumbraba a ir para vender su mercadería, no tenía mucho futuro. Sin embargo, este personaje solía venir día a día a dejar sus cosas con una cesta de mimbre, la cual, por lo vieja que se encontraba, casi ni vida le quedaba. El aspecto de él, era un poco desordenado, llegaba a dar la impresión de no estar limpio, y eso le alejaba a uno que otro posible consumidor, que por miedo a su imagen, preferían desaparecer. A pesar de todo, Toñito, como le decían las personas que creían conocerlo, no era una mala persona, por el contrario, poseía un carácter que lo ayudaba a superar todas y cada una de las contrariedades que la venta le trajera.

    Este hombre, soltero, y del cual nunca se supo mucho más de lo que se veía, solía venir a este pueblo, y fue así como se le conoció. La gente lo miraba cada día, sin la menor intención de incomodarlo o algo así. Solo sentían curiosidad por su persona, por sus ojos que miraban con tristeza, pero con resignación, por todo lo que él representaba para los transeúntes que habitaban este lugar. Como nunca hablaba, nadie podía decir que lo conociera realmente, excepto algunas personas que se decían amigos de él, pero nunca se le vio con más compañía que algún perro callejero. Se rumoreaba, desde hacía mucho tiempo que este extraña y singular persona tenía un pasado oscuro, del cual nadie podía hablar con exactitud. Sin embargo, una que otra idea se tenían, y eran las siguientes: "Toñito, es un pobre hombre que intento ganarle al Diablo una partida del juego, pero que perdió. Ahora debe esperar para pagar su deuda, aunque muchas personas dicen que ya la está pagando, al tener que venir a vender cada mañana a este pueblo" (Para los que no sepan, el lugar del que les hablo se llama: "Villa Alegre", lo que es una verdadera contradicción, pues nadie de ahí es alegre como lo era el día su fundación). Era una versión un poco alocada, que nadie creía.

    Una tarde Franco Zúñiga, un campesino que vivía en la esquina donde Toño solía vender sus cosas, se decidió a hablarle. No podía seguir pensando en ese individuo sin siquiera saber si en realidad se llamaba así o si su nombre no era más que la invención de alguien que había llegado hasta sus oídos. Le gritó, ¡Antonio! ¡Antonio! Desde su ventana, pero este no contesto. Se preocupó y bajó para salir a la calle a hablarle a la cara, pero cuando llegó a la puerta de la casa, de él, ni rastros quedaban, "Se habrá ido", pensó, "Al día siguiente le hablaré". Lamentablemente, no lo volvió a ver, ni al día siguiente, ni al subsiguiente, ni a la semana, le preocupaba que le hubiera pasado algo. En el pueblo se rumoreaba, nuevamente, que el Diablo lo había venido a buscar, pero no podía ser, eso era imposible.

A las dos semanas, y para callar las voces mal intencionadas de las señoras, apareció Toñito, con una camisa más vieja, remendada y gastada que la anterior. Cuando Franco lo vio, salió corriendo del lugar en donde estaba para ir a hablar con él, necesitaba preguntarle quien era, qué hacía cuando no venía a vender a acá y si estaba o no casado, en fin muchas preguntas. Pero cuando se acercó lo suficiente para hablarle, él se alejó y pretendió no escuchar a sus gritos, a lo que este lo siguió dando grandes zancadas hasta alcanzarlo. Le tocó el hombro, y se dio vuelta, su cara era parecida a la de un muerto, parecía como si tuviera miedo a que lo fueran a asaltar o algo así. Zúñiga intentó tranquilizarlo diciéndole que solo quería hablar y saber de él, que le intrigaba mucho su vida. Sus ojos eran de la máxima perplejidad, no podía entender porque alguien habría de querer hablar sobre él. El campesino le explico sus razones al vendedor, y este acepto acompañarlo a la "Plaza de Armas", donde podrían hablar y ver si así lo podía dejar tranquilo, ya que necesitaba seguir vendiendo.

El encuentro no duro más de una hora, era un hombre verdaderamente monótono, su vida giraba alrededor de las cosas que vendía, del camino de su casa al trabajo, y del trabajo a casa. Nada interesante. Esto desconcertó a Franco en un principio, pero luego de un tiempo se dio cuenta de que no podía ser verdad, de que algo de mentira había de haber en todo esto. Era imposible que un hombre que levantaba tales rumores tuviera una vida así. Debía de haberlo engañado, pero ¿Por qué lo habría hecho? ¿Qué habría tratado de ocultar? Era algo que tenía que averiguar, y lo haría. A la primera oportunidad que se le presentase, se ocultaría, y luego lo seguiría a su casa sigilosamente, para que no notara y en esa empresa lograría verificar si las cosas que había dicho eran ciertas o no.

Y así lo hizo, al pasar cinco días, (Para no levantar sospecha), salió de casa apenas el sol se puso y escondido en la entrada de la villa esperó un par de horas, hasta que Toño salió camino a su casa. Caminaba de una manera extraña, como si desconfiara de todo, hasta de sus propios pasos, a cada rato miraba hacía atrás, por suerte, para nuestro protagonista, este tenía una distancia apreciable que no le permitía verlo.

Caminaron durante horas. Franco estaba cansado, le dolían las piernas, pero este hombre continuaba y continuaba avanzando. Al menos, ya no miraba con la misma frecuencia que al principio. De pronto, llegaron a lo que parecía ser la casa del comerciante. Era una construcción antigua, de grandes piedras por paredes, con un techo que no parecía algo mejor que la paja, y, unas persianas y puertas cerradas de madera vieja, sin barniz y por tanto todas desgastadas por el tiempo. Nadie podía vivir en tales condiciones. Franco sintió una amargura que casi no le permitía respirar. Una vez que había analizado toda su casa logró comprender porque tenía esa mirada de tristeza cada vez que la gente lo veía.

Se acerco a la cerradura de la puerta para intentar mirar hacía adentro y ver que hacía, fue entonces cuando encontró lo que había estado buscando. Vio a Antonio hablando con la nada, teniendo una conversación con algún ser que era imposible de ver, al menos desde el cerrojo. Se movió hasta un biombo que estaba semiabierto y desde ahí logró divisar con quien hablaba. Era una mujer de edad mediana, con unos largos cabellos negros y una cara amigable, pero en sus ojos, estaba la misma demostración de tristeza que se solía ver en él.

A medida que iban hablando sus rostros se iban rejuveneciendo, como si los años volvieran uno a uno hacía atrás. Sus facciones, sus manos, todo en ellos iba adquiriendo lozanía. Daba la impresión de que a cada palabra pronunciada la edad se les quitaba de encima. Lo que más impactaba, era como las arrugas de sus caras se iban retirando, dando espacio a una piel tersa. Pero a la vez que todo esto sucedía, algo me incomodaba. A pesar de estar viviendo una situación que haría feliz a toda una nación, ellos se veían y escuchaban cada vez más tristes, con menos ganas y energía, como sí la vitalidad le fuera robada por el proceso externo que estaban viviendo.

A medida que esto sucedía, el espía escuchaba decir que ya no les quedaba mucho tiempo, que su situación se acabaría y todo habría de terminar pronto, pero que continuarían viviendo este infierno durante mucho tiempo más. "¿Qué podrá significar todo esto?" pensaba este, no tenía lógica. Decidió para si mismo que la única forma de averiguarlo era la de quedarse un rato más mirando y escuchando. Y así lo hizo. Logró divisar que no dejaban de mirar hacía la izquierda y descubrió que en ese lugar había un árbol.

Este árbol, que en la cultura japonesa conocen como "Sakura", se encontraba casi muerto, con muy pocas hojas y ninguna flor. Ahora que lo notaba, el ambiente se encontraba sobrecargado de las rosadas hojas de esta planta y hacían unas lindas ondas de color alrededor de las personas. Los cuerpos se comenzaron a levantar en el aire. Adentro había una verdadera tempestad de la cual ninguno de ambos podía salvarse, pero que aceptaban con resignación. Sus pies se fueron levantando del suelo, y sus ojos cerrando, ya no se veían palabras salir de sus labios, ni mucho menos podía oírse algún movimiento.

Tuvo que dejar de espiar. El espectáculo que había estado mirando era algo que sus ojos no querían creer. Se apartó, corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían a su pueblo, pero la distancia era larga, y el propio agotamiento de la ida lo dejo sin energías para poder seguir así. Yacía acostado en el suelo. Estaba realmente exhausto. Todo de sí tiritaba y sentía como las pulsaciones por todo el cuerpo iban enloqueciendo, sus ojos se nublaban y sus extremidades hormigueaban; era una sensación nunca antes sentida por él. Sus ojos se cerraron.

Franco Zúñiga se despertó al día siguiente, estaba en su cama. Se levantó para ir al trabajo. Todo parecía ser un sueño, nada más. Fue al trabajo, y sin darse cuenta estaba vendiendo en la calle con una canasta de mimbre, que por lo vieja que estaba, mucha vida, no le debía de quedar.


 

FIN

martes, 24 de febrero de 2009

Make. Me. Care.

Capitulo 1: Introducción

Era un sentimiento de culpa el que lo albergaba. Había algo en su interior que lo hacía sentir remordimientos de las acciones cometidas durante los últimos días. Su mente había volado de un universo a otro buscando las respuestas a situaciones pasadas, a lugares dentro de los cuales él no tenía posibilidad de interactuar. Se sentía agobiado por la eterna búsqueda infructuosa que estaba haciendo, era algo que lo llevaba a la locura y el delirio.

El pasado es algo que no se puede cambiar, a pesar de que uno lo desee con todas sus fuerzas. Miles han tratado de inventar maquinas o artefactos que los ayuden a volver atrás para aprender de los errores ya cometidos y evitarlos, pero ninguno lo ha logrado. Al punto, de que se han escrito miles de historias sobre estos intentos. La literatura ha sido para muchos, una forma de escapar a sus problemas, de poder ordenar sus mentes y dejarse llevar por las sensaciones del segundo. De esa forma, evitar el error y el apuro a la hora de tomar decisiones. ¿No sería entonces la literatura una especie de maquina del tiempo?

Su vida pendía de un hilo. Y no es que pretendiera tomar una decisión fatal, ni mucho menos, al contrario, le quedaban muchos años de vida. Ahora si me preguntaras si acaso ésta sería placentera, no sabría responderte. Era una situación familiar lo que lo mantenía en la punta de su asiento. Ahora, sentado frente a sus cuadernos de anotaciones pensaba para sí mismo, no debería haber iniciado esto. Pero ya era tarde, ya lo había hecho.

domingo, 1 de febrero de 2009

Discusión de ducha 4

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Ok. Sí, estuve desaparecido, pero volví.
¡Nuevo tema! Lo pondré bien simple:

"Hace unos días me encontraba viajando en medio de la Pampa Argentina, con la cabeza apoyada en el vidrio de la camioneta, cuyos amortigüadores dejaban harto qué desear, cuando se me vino a la mente la siguiente pregunta: ¿Es justa la decisión del gobierno de NO RECONSTRUIR CHAITÉN?".

Ok, estimados (y pocos) lectores, ¡opinen!

lunes, 12 de enero de 2009

Cita

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Génesis 3:24

Echó, pues, fuera al hombre, y puso, al oriente del huerto
de Edén, querubines y una espada encendida que se revolvía
por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.