Durante el pleno apogeo del poder del Gran Inquisidor español, las fuerzas armadas de la realeza y de la fuerza eclesiástica (al menos los que ya no eran fieles a la corona) se enfrentaban codo a codo, reduciendo a la nobleza centímetro a centímetro: solo quedaban unos cuantos reinos a disposición de la Reina. El pueblo se encontraba a disposición de la Iglesia: ¿qué mejor manera de dominar que el miedo al castigo eterno? Se entregaban uno a uno, y los que no, eran entregados por sus vecinos, amigos y familia para ser sacrificados. El sumo sacerdote había amenazado con la excomunión a los que ocultaran a los rebeldes. Las únicas esperanzas de la Reina se iban desvaneciendo día a día, dejándola reducida a sus más cercanos protectores. No bastaba ser muy inteligente para darse cuenta de que ya todo estaba perdido, a menos de que la leyenda del Génesis fuera real, y verdaderamente existiera un lugar donde habitara un árbol cuya savia entregara la vida eterna a quien la tomara. Sin embargo, ya hacía mucho tiempo desde que San Agustín hubiera propuesto la lectura alegórica de los escritos sagrados. Lo que implicaba, que ese árbol, podía no ser más que una invención de algún profeta para indicar la vida después de la vida, y no realmente un árbol cuyo contenido pudiera hacer imperecedera la vida terrenal… La niña se despertó con un sobresalto: el sueño que estaba teniendo la había llevado a vivir luchas que jamás había siquiera pensado. Su noche se había transformado en una especie de pesadilla que no le había permitido liberarse de esas imágenes que le mostraban una España medieval llena de miedos, inseguridades e inquietudes. Se dio cuenta del día que era y se apresuró a bajar las escaleras. Sus hermanos no podían ganarle y ya debía llevar más de media hora de desventaja con respecto a ellos, cuya característica madrugadora no habían podido cambiar jamás, ni siquiera ahora, que tenían cerca de veinticinco y veintidós años, en contraste con los cortos doce años de ella. Cuando llegó al jardín notó que no había nadie en todo el terreno. –Mejor, –pensó, –tengo todo el terreno virgen para mí sola. Todos los huevitos serán míos. Mis hermanos deberán quedarse con los restos. – Sin embargo, una vez que comenzó a buscarlos… Un anillo cruzaba el dedo del conquistador, tenía miedo de lo que significaría tal acción, pero estaba contento de haber sido él el escogido… Notó que no había ningún rastro de ellos en todo el patio. –Mis hermanos los habrán atrapados todos antes de que despertara. –Pero las cortinas de sus hermanos estaban cerradas, no había posibilidad de que hubieran salido antes que ella… La madre se sentía cansada. Por suerte quedaban pocas horas de luz y ya pronto iría a acostarse, pero antes debía terminar de atender a su marido. –¿Quieres algo para comer, querido? –Preguntó esperando una negativa por respuesta, mas él le pidió que le trajera algo, por alguna extraña razón sentía mucha hambre –Está bien, lo traeré en seguida. Caminó sin ganas, el cansancio le cerraba los ojos, pero debía hacer lo pedido. Y así lo hizo, apenas fue entregado el gran sándwich hecho, se desvistió y metió dentro de la cama. Se encontraba a punto de cerrar sus ojos cuando su marido le preguntó si podría traer otro más. Se levantó nuevamente, caminó a la cocina y volvió a traer un sándwich, el que fue devorado lentamente por su marido. Ahora sí, pudo cerrar los ojos y a los pocos minutos se encontraba en plena oscuridad, con la respiración de su marido como único obstáculo para poder dormir… El caballero cabalgaba a gran velocidad por grandes páramos, en busca de su objetivo. Tenía apuro, ya habían pasado cerca de cuatro meses desde que había aceptado tal misión, y hasta el día de hoy, ningún avance había sido logrado: estaba asustado de lo que podría estar sucediendo en España. Temía por la vida de su Reina…. La noche era tranquila, sus sueños divagaban entre los sucesos de su vida reciente y la fantasía: nada fuera de lo común… Al fin había encontrado la cuarta pirámide, sobre ella debiera estar escondido su objetivo. Ahora debía averiguar cómo entrar a tal estructura sin ser detectado por los diferentes pueblos aborígenes que ahí debían habitar y que no estarían dispuestos a entregar su tesoro con mucha amabilidad… La niña fue a la alcoba de sus padres, tal vez, ellos sabrían qué estaba sucediendo. Tal vez, todo esto era una broma para ella, ya que, desde hacía algunas semanas que habían dejado de llamarla con su diminutivo para empezar a llamarla por su nombre real. Abrió la puerta lentamente (una actitud completamente aristocrática, pues en el fondo, estaba seguro de que sus padres estarían despiertos) y se adentró en la oscuridad. La imagen que vio la dejó helada unos segundos: sus padres estaba completamente dormidos, ¡no se habían despertado para ir a esconder los huevitos como todos los años en Pascua de Resurrección! Se acercó más al lecho… El hermano abrió los ojos lentamente. El agotamiento de una noche de trabajo en el laboratorio lo habían dejado exhausto para todo el fin de semana y apenas había salido de su morada para poder comer algo e ir al baño. Al acostumbrarse a la oscuridad pudo notar que su hermano seguía durmiendo tan profundo como solía hacerlo normalmente. Volvió a apoyar su cabeza en la almohada para ver si lograba volver a conciliar el sueño una vez más. El colgante sobre su cabeza se movía lentamente debido a la pequeña brisa que entraba por la ventana medio abierta, dejándolo completamente hipnotizado. Sus ojos se fueron cerrando nuevamente, llevándolo a tener fantasías inimaginables… Se veía a sí mismo volando sobre otro yo que caminaba apaciblemente con su futura esposa. Hasta que, por acción de alguna fuerza oculta, sus manos se separaban y ambos seguían caminos diferentes: ella se iba a una ciudad antigua en ruinas y él se iba a una selva enmarañada de la que difícilmente podría volver a salir… El grito de su madre lo arrebató de sus ensoñaciones… Si bien había sido atacado por diferentes indígenas, ninguno había sido lo suficientemente feroz como para matarlo: todos habían sido reducidos por el poder de su espada. Y ahora, podía subir los escalones uno a uno, lentamente, saboreando su victoria y la idea de su próxima alianza con la Reina. En su cabeza viajaba cada una de las imágenes del momento en que toda esta aventura había comenzado. Los escalones ya casi terminaban cuando logró entrar en un gran hall vacío. Al fondo, podía verse una entrada de luz. –Ese debe ser la entrada al jardín. –pensó. –Sin embargo, me parece demasiado fácil esto. Debe haber alguna trampa en algún lugar. –Todo se veía oscuro. No tuvo más opción que seguir adelante con la aventura y ver qué se encontraba en el camino… La madre se despertó al sentir una presencia en la habitación. Al abrir los ojos con rapidez, notó que su hija se encontraba frente a su catre y notó lo que estaba sucediendo, ¡No nos despertamos a tiempo para esconder los huevitos! Sin embargo, su marido no respondió. Sin dejar de mirar la mirada inerte de su hija llamó suavemente a su marido por su nombre, mas este, una vez más, no respondió. Volvió a repetir la acción hasta que se aburrió del aparente juego de su marido y se volteó para moverlo con las manos. Al ver su rostro gritó… Ambos hermanos se despabilaron al sentir el grito de angustia de su madre… Curiosamente, no había ninguna trampa: pudo cruzar todo el pasillo sin tener que defenderse de ninguna ofensiva. Sin embargo, detrás de él, una sombra se movía lentamente, con pasos lentos y suaves, de manera que el Conquistador no había notado su presencia en todo el rato en que este lo seguía. Al cruzar el umbral se encontró con un jardín grande, lleno de plantas y flores, con un estanque al medio y al fondo, un gran árbol. –Ese debe ser el árbol cuya savia me dará la vida eterna. – Se acercó y con una navaja lo apuntaló hasta que un líquido blanco salió de él. Bebió con ansias, sintió como el brebaje le daba una vitalidad que no sentía hace meses. La sombra ya se había transformado en un ser humano que se había quedado en la puerta del jardín, escondido y mirando… La niña estaba frente a frente a sus padres, pero algo le llamaba la atención. La expresión de dolor de su padre y los ojos medio abierto no le gustaba. Su madre despertó a los pocos minutos… Los hermanos acudieron a la habitación de sus padres para encontrar a su hermana petrificada frente a la cama. Al notar la expresión de su padre, se acercó el segundo de la familia con apuro, miedo, angustia y nerviosismo a sentir la presión, pero nada sintió: había que aceptarlo, su padre estaba muerto… Un dolor comenzaba a crecer en el estomago del conquistador. Su corazón comenzaba a acelerarse y por cada orificio de su cuerpo salían raíces. – ¡Me estoy transformando en una planta! –pensó, mientras su corazón se aceleraba lentamente. Su brazo izquierdo comenzó a arder y sentía como si mil hormigas caminaran sobre su cuerpo. El dolor invadió cada centímetro de su cuerpo, dejándolo ciego. Para sí continuaba pensando en el momento en que la Reina lo había llamado: "¡Guillermo, Guillermo, tú serás mi Adán, mi Rey y yo seré tu Eva, tu Reina!". A los pocos minutos, su agonía cesó al agotársele la vida. Su cuerpo se transformó en una compañera del árbol… La niña solo quería volver a escuchar la voz de su padre. –Padre, padre mío, por favor despierta. ¡Guillermo, padre, háblame! Yo sé que estás ahí. –repetía incesantemente para sí misma… El silencio reinante en el jardín fue interrumpido con las carcajadas del hombre que se encontraba pisando lo que antes sería el Conquistador español conocido como Guillermo Alessandri.
sábado, 6 de junio de 2009
The Fountain (pastiche)
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1 comentario:
No sé por qué me siento identificado con este maravilloso pastiche.
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