Quiero comenzar parafraseando a un importante historiador Chileno: Gabriel Salazar. Según él, Chile es una casa de campo. Claramente, al decir esto, hace una referencia a la novela del escritor José Donoso. No obstante, él se refiere a que las relaciones en este país se dan por el amiguismo. En mi caso, utilizaré la cita para cumplir un sueño que tengo hace años, ya que desde que leí esta frase, he querido cuestionar los roles que cada mandatario representaría, en caso de que nuestro país fuera, en efecto, una hacienda.
Salvador Allende –pues con él se puede decir que comienza este proceso– sería, literalmente, el médico de casa patronal. Sin embargo, tal cual expone Donoso en Casa de Campo, los doctores, al verse permeados por el trato con la gente, desarrollan otras sensibilidades. Así, llega al poder con el apoyo de los inquilinos.
La temida sombra de Pinochet, aquel jefe de justicia que tomó el poder por la fuerza –porque si bien se puede argumentar que fue algo necesario, la forma nunca fue la correcta–, llegó a representar a la fuerza policial que toda hacienda debe tener. En este sentido, su aparición en el contexto chileno sería la del subordinado que se eleva, a petición del terrateniente, quien probablemente se encontraba de vacaciones en otro lugar, para recuperar un orden primigenio.
Luego aparece Ricardo Lagos, hombre de espalda ancha que, con su discurso, viene a demostrar la internacionalización del poder. Así, este caballero vendría a retratar a un defensor de la democracia, pero que viene a asentarla, pues el proceso ya estaba desarrollándose.
Michelle Bachelet es la madre, aquella mujer en la que puedes confiar: se presenta, a sí misma, como un doctor y mujer. En consecuencia, se exhibe como el apoyo incondicional que siempre buscamos; la mamá. Además, al presentarse como doctora y socialista, se une a esa figura ya épica y heroica del presidente que resistió en la Moneda –porque no podemos olvidar que Allende resultó electo como el gran chileno.
Finalmente, Piñera vuelve a recuperar un terreno que había perdido. Es, en este sentido, el hijo de aquel patrón de fundo que antaño le pidió a su jefe de seguridad que, y me perdonan el coloquialismo, “ordene el gallinero”. Viene con su aristocracia y promesas de superación a recuperar lo que, según su pensamiento, por derecho le pertenece.
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