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Una vía de escape.
“No es que fuesen incómodas las alas,
es que dolían…” (Zenit, 2002).
Debo haber tenido unos ocho o nueve años cuando, en las largas vacaciones en el campo de mi familia, mi madre me entregó un libro y me dijo: “tómalo, léelo. Creo que ya estás grande para dejar de leer los libros del colegio y te hundas, solitariamente, en la literatura para grandes”. Tomé el libro con ansiedad, miré su portada, la que contrastaba con las pequeñas letras del título Jane Eyre escrito por Charlotte Brontë. Comencé a leerlo con gran entusiasmo, sin embargo, los vocablos me confundían, las imágenes eran demasiado crudas y los sentimientos demasiado intensos para una imaginación como la mía. Recuerdo, nítidamente, como la escena de la pieza roja, narrada por la protagonista, me marcó para siempre: de hecho, todavía no puedo dejar de recordar las apariciones de su tío muerto. No pude terminarlo ese año, ni el siguiente, ni el subsiguiente: tuve que dejarlo en pausa hasta que pasaron muchos años y recién ahí, pude terminarlo. Ese fue mi primer acercamiento a una literatura que no fuera infantil. Mas hoy, años después, y convertido en un estudiante de letras, se me pide que escriba mi propia teoría sobre la obra literaria perfecta, pero creo que no estoy listo para esto. Sin embargo, haré mi mejor esfuerzo. Utilizaré planteamientos de diversos teóricos, eso sí, me comportaré astutamente, pues utilizaré solamente lo que me sirva, lo que haga coherente mis planteamientos. Para comenzar, he de ordenar mis prioridades y contestar a ciertas interrogantes. En primer lugar hablaré de la finalidad de la obra literaria, luego del creador, en tercer lugar, del proceso creativo, para continuar con la materia u objeto de la literatura, en quinto lugar, se verán los detalles y, por último, las conclusiones.
Mi concepción de la literatura es un poco contradictoria: soy una especie de romántico a la hora de considerar el fin y la importancia de la literatura, pero a la vez, utilizo concepciones griegos. Sin embargo, específicamente en cuanto al fin de la literatura, prefiero basarme en los planteamientos de Longino. La buena literatura ha de ser sublime pero, ¿qué es lo sublime?:
[...] lo sublime es como una elevación y una excelencia en el lenguaje, y que los grandes poetas y prosistas de esta forma no de otra alcanzaron los más altos honores y vistieron su fama con la inmortalidad. Pues el lenguaje sublime conduce a los que lo escuchan no a la persuasión, sino al éxtasis. (Longino 148-9).
En otras palabras, lo sublime es el poder que tiene el poeta para hacer que el receptor, al leer su obra, sienta tal cantidad de placer que sea elevado a otra realidad. Eso es, en palabras técnicas, lo que considero el fin que ha de tener la literatura. Es decir, debe provocar una catarsis (la misma que en la teoría de Aristóteles), para que así el lector pueda olvidarse de la realidad circundante y pueda sumergirse en otra que lo lleve a explotar su imaginación. Es por todo lo anterior que me considero un romántico pues creo, como dice Wordsworth, que el telos que ha de tener la literatura es causar placer en el receptor (81) y, para lograr eso, la obra debe ser sublime.
En cuanto al creador o poeta (otro de los temas en los que ningún teórico ha podido llegar a un acuerdo): en este caso, será cuando se verá mi carácter de lector activo, pues utilizaré parte de los conceptos de Platón, sin embargo, solo tomaré una parte de lo que él dice, es decir, lo que me sirva para confirmar lo que pienso con respecto al escritor. El poeta es, para Platón y para mí, un ser inspirado; en sus propias palabras: “[…] los buenos poetas, recitan todos esos bellos poemas, no precisamente gracias a un arte, sino por estar inspirados.” (Platón 29-30). Me quedaré solo con una parte del fragmento: el poeta es un genio, una persona que logra superar las barreras de nuestra realidad y acceder a otras realidades. Además, tiene completo manejo sobre el uso de sus palabras para, de esta forma, lograr que todo lector llegue al nivel de placer esperado por toda buena obra literaria. Un ejemplo de un buen escritor, en este sentido, es Paul Auster, quien toma la novela negra y la parodia de tal forma que el lector encuentra lo sublime en ella. Un ejemplo de un mal escritor es el común de los otros escritores de novela negra, ya que, ninguno de ellos logra provocar esa reacción el lector, por lo tanto, no pueden ser considerados genios o, al menos, aún no han desarrollado su genio creativo a cabalidad.
A veces, cuando caminas por la calle, no te das cuenta de toda la gente con la que te cruzas: es casi como si el resto del mundo fueran otros obstáculos que hay que cruzar. Pero, el día en que te das cuenta de que esos seres que seudo inanimados son también seres humanos y, por ende, mundos completos por conocer, es cuando te haz formado tu propio personaje. El proceso creativo se puede definir como una regresión: un momento en que el tiempo se para y las imágenes llegan solas a tu mente. Se crea una historia, en la que solo falta atar cabos sueltos y unir los personajes creados bajo el conocimiento revelado por esas personas que, día a día, viven su vida. Entonces, el poeta, en su estado de máxima inspiración, recibe estas regresiones que conecta con los develamientos de personajes y, como es un genio, logra crear una obra sublime que lo lleva a causar el máximo placer en los receptores de su obra. Sin embargo, la creación poética no puede ser solamente un vómito de imágenes aparecidas en la mente del creador: debe haber una conexión coherente y real. De lo contrario, no se incitará al placer buscado. En este sentido, reconozco una nueva influencia, pero esta vez, es una influencia difícil de clasificar en un solo movimiento, sería mejor decir que es una transición: “La mayoría de los escritores […] prefieren hacer creer que el éxtasis intuitivo, o algo así como un delicado frenesí, es el estado en que se encuentran cuando realizan sus composiciones, y se estremecerían […] si el público […] presenciase las escenas de elaboración.” (Poe 11). Como es posible dilucidar a partir de la cita anterior, hay que ser honesto, una buena obra no puede ser solo una espontaneidad, tiene que haber un trabajo por detrás que haga coherente y el público debe saber que ese trabajo es una realidad. Aunque, se debe tener cuidado de perder la naturalidad, ya que esa es, en el fondo, la magia de la literatura.
Como se ha visto en toda la historia de la literatura, no hay tema que esta no pueda tratar: desde las más crudas historias de guerras, hasta los más cursis cuentos de amor. Sin embargo, no todos los escritores tienen el poder de tocar el argumento con la suficiente maestría como para cumplir el fin buscado. Es necesario entonces, llamar la atención al poeta, decirle que tenga cuidad con el tema que vaya a escoger, pues de repente, se les ocurre elegir temas que ‘les quedan grande’, es decir, temas que, por su carácter, merecen ser tratados por escritores que tengan desarrollado todo su genio creativo, sin embargo, son elegidos por escritores que aún no llegan ni a la mitad del camino. En resumen, creo que los escritores deben sopesar sus obras anteriores y ver hasta qué nivel han llegado, de esa manera, podrá ver si los temas que han escogido han podido ser lo suficientemente tratados. En caso de que sea un escritor novato, se le recomienda que se atreva a escoger un tema que no sea muy polémico, pero que tampoco caiga en lo vulgar. Por último, he de recordar que el tema puede hacer que un gran escritor vea disminuido su poder de causar sublimidad. Un ejemplo de esto es el autor Gabriel García Marques, quien al intentar hacer un pastiche de la obra La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, y traerlo a la cultura occidental, vio como la crítica lo despedazo (aunque, gracias a su obra anterior, Cien años de soledad, este error, le fue perdonado e incluso, olvidado).
Con respecto a los detalles, es necesario decirle al vate que tenga un especial cuidado con el largo de sus obras. No comparto la idea de algunos teóricos de dar una cantidad de tiempo exacto para la lectura de una obra, ya que tengo una perspectiva proustiana del tiempo, es decir, creo que el tiempo es subjetivo. Sin embargo, considero que es importante que la obra pueda ser leída de una sola vez: “Si un trabajo literario es demasiado largo para que pueda ser leído de una sola vez, debemos resignarnos a no aprovechar el efecto importantísimo que deriva de la unidad de la impresión.” (Poe 12). En esta consideración, los cuentos de Hoffmann no podrían ser leídos de una sola vez, ya que es necesario un descanso entre medio, sin embargo, los cuentos de Kawabata sí lo cumplen, pues de hecho, es posible leer más de uno de corrido. En segundo lugar, en la escritura del cuento, se debe tener cuidado de no tocar más de un tema, en la de la novela, de no cansar al lector con muchos subtemas sin sentido y en el poema, se debe utilizar recursos que, tengan un sentido para ambientar la pasión que se quiere transmitir. En tercer lugar, es recomendable recordarle al autor que, una vez que termina el libro, este se transforma en un ente viviente y que, por lo mismo, él ya no es responsable de lo que la gente interprete. Es decir, advertirle que no caiga en la falacia del autor dueño de todo lo que su obra dice. Creo que, en cuanto a los detalles, con esto será más que suficiente.
Esto es, en resumidas cuentas, lo que espero de una obra literaria: en primer lugar que su fin no sea otro que el causar placer en el receptor y que, para lograr este cometido, utilice los recursos de la sublimidad. En segundo lugar, el creador es un ser inspirado por la divinidad, pero en el sentido positivo, es decir, según mi propia lectura de los dichos de Platón. Luego, el proceso creativo, el que debe nacer de una regresión o espontaneidad (en mi teoría) que luego debe ser trabajada, para evitar así, las imperfecciones de un sinsentido. En cuarto lugar, la materia que ha de tocar la literatura ha de ser cualquiera, mientras que el escritor esté listo para escribirla y no caiga en la impertinencia. Finalmente, la extensión de la obra, la diversidad de temas que puede tocar una creación según lo que sea y la falacia del autor. Con todo, debo concluir esta mi primera teoría sobre la literatura o poética, la poética de Juan José, y la voy a terminar con una confidencia: toda esta teoría fue hecha para justificar una sola obra literaria y, esa obra, es la propia. Siento confesar lo inconfesable, pero la literatura fue, es y será siempre para mí una vía de escape.